Octubre, 2006 . Hace ya muchas lunas -más de 20 años quizás- en una escuela en Madrid a una nena hija de refugiada política, le dijeron “extranjera vete a tu tierra”; la nena se levantó y dijo, “soy un accidente, vos sos un accidente: que dos personas se conozcan es un accidente, que esas dos personas tengan un hijo, es también un accidente, que ese hijo nazca en un hospital, en una casa, en un taxi, es un accidente... el lugar en la Tierra es lo de menos; voy a seguir acá accidentalmente así que es mejor que te callés porque sino vas a tener un accidente”.
Querríamos seguir desarrollando la madeja tentadora que esta nena nos dejó, y seguramente podríamos construir un relato cortaziano más atractivo e imaginativo que la compleja y dura realidad de la multiplicidad de intereses y reglas con que la vida en este mundo ha ido transformando el ajeno, alienus latín, que para algunos se encuentra la etimología de lo extranjero; frente a otros que –¡qué paradoja!- extranjero, viene de “los de afuera” como los egipcios denominaban a los hebreos, apirus: los que atraviesan los limites y las fronteras; los errantes, los refugiados; también podríamos mencionar a los bárbaros como los romanos denominaban a los no-romanos, etc. Desde el inicio de los estados se establecieron sistemas normativos para calificar y clasificar a los que no pertenecían, los que no pertenecen al grupo “nacional”. Resulta dificultoso recuperar del olvido que la población mundial se estableció y constituyó en estados gracias a los movimientos migratorios de los primeros humanos; pero no es tan complicado el comprender cómo posteriormente le sucedieron las conquistas de territorio, la expansión, la extensión de dominio (...)
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