Caprichosas (o intencionadas) paradojas

Cuando Alfonsín promulgó las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, las llamadas leyes de la impunidad, había más defensores del gobernante argentino como “adalid” de los derechos humanos en el Estado español que en la República Argentina. Si bien se habían producido los juicios a las juntas, la controvertida Conadep (1), los desaparecidos volvían a una suerte de limbo de reclamos; se supo y se hizo la mitad de la mitad de la cuarta parte de la verdad. Para entonces ya estaba instalado el mensaje de la modélica transición española y se aplicaba por elemental carácter transitivo a los países latinoamericanos como condición sine qua non de modernidad.

Concluido el juicio a las juntas militares, amputado en gran medida de justicia, se dio por cerrado el capítulo. Se archivó el expediente, no hubo otra vez espacio para los desaparecidos; los organismos de derechos humanos que persistieron fueron arrinconados por políticamente incorrectos, aunque en honor a la verdad no eran exactamente estos los epítetos que les llovían tanto en Argentina como en España. Con la incorporación del mensaje aceptador, los argentinos se dispersaron, y algunos con asombro e incredulidad y otros con posicionamientos definidos, despreciaban y combatían a una irreductible perseverancia. En un diálogo más propio de una tragicomedia en una reunión en Madrid, alguien sentenció: “la dictadura terminó, es como aquí, ¿no se enteraron que Franco murió?” Todo está (o debe estar) enterrado y olvidado. Comenzaban a entrelazarse y avenirse los mecanismos de impunidad y de aceptación de la misma como si de un fenómeno natural se tratase. (Leer más en CODO A CODO)