Cinco veces septiembre, por Andrea Benites-Dumont

Un nuevo septiembre que suma un tiempo más, un tramo más, de la reaparición de la desaparición en el marco de la democracia; cinco años de la desaparición de un sobreviviente de la dictadura: Jorge Julio López, albañil de profesión, y el oficio de sobrevivir peleando la desmemoria que le cercaba desde que salió de los centros clandestinos de detención que controlaba la policía de la provincia de Buenos Aires, la bonaerense, la siniestra, pero no en grado menor que las demás fuerzas de seguridad del Estado terrorista que implementaron el genocidio en Argentina.

Cinco años desde aquel 18 de septiembre de 2006 que tuvo que leerse el alegato de los querellantes sin la ya presencia de Jorge Julio López. Los abogados de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, pusieron su voz a las palabras que el empecinado memorioso de Jorge Julio López había cimentado en las pruebas condenatorias contra el genocida Echekolatz.

Cinco años donde ha habido de todo en el espacio que contiene los vacíos, que como parte ya de la estructura geográfica, han quedado para siempre marcados en la conformación social de aquel mapa sureño.
En cinco años se desarrollaron y se desarrollan, nuevos juicios contra represores; pero siguen siendo los imputados, una ínfima parte de los que aunadamente prepararon y ejecutaron el plan genocida, y que contaron con múltiples cómplices civiles desde las esferas financieras, desde el poder judicial, desde los medios de comunicación, desde las multinacionales, desde la jerarquía eclesiástica… y que a pesar de la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, siguen gozando de la impunidad que les brinda el acotamiento del mecanismo procesal jurídico, el cerramiento de los archivos ocultos de la dictadura, y la nula voluntad política manifestada en el estrepitoso silencio gubernamental, y también en la despectiva desatención de grupos políticos e incluso de organismos de derechos humanos.

Cinco años en que muchos se han armado de discursos disculpatorios, reduccionistas, aceptadores y defensores, de un proyecto político que se autoabandera como la gran transformación social, que se envuelve en mitos populistas de gran impacto, produciendo así por un lado, un acento de superficialidad y banalidad insultantes, y por otro, una tendencia represiva a todo aquello que profundice cuestionamientos, demandas, reclamos, luchas…
Cuesta reconocer a ciertos grupos o personajes que hoy, a cinco años de la desaparición de Jorge Julio López, bailotean en una esperpéntica degradación, y que no hace demasiado se erigían en puntales intocables en la defensa los derechos humanos.

Cinco años en que aún se debate en planos académicos, jurídicos y políticos, si lo ocurrido en Argentina fue genocidio o sólo “crímenes terribles”. Debate que no es baladí en la medida que determina que no sean juzgados por la ejecución del genocidio, que más allá incluso de las condenas, es la naturaleza del crimen que abre la dimensión del mismo y lo hermana y lo une a otros exterminios padecidos en otros países y momentos históricos, algunos un tanto lejanos y otros contemporáneos.

Cinco años en que un expediente duerme en un cajón de un despacho, porque se “agotaron las líneas de investigación dadas por videntes y mediums” convocadas, y que sin ninguna seriedad ni rigor, negaron el respeto que se ganó un sobreviviente que testimonió a pesar de las amenazas. Un juzgado que entrega los elementos a la misma policía bonaerense que denunciara Jorge Julio López en aquel juicio del 2006 en la ciudad de La Plata.

Aún así, frente a la inoperancia interesada, en las calles, en los actos, en las paredes… la exigencia por Jorge Julio López no ha descansado.

Cinco años de testimonios, de denuncias y marchas roncas, roncas que no rotas.

Andrea Benites-Dumont
(AEDD, (Casapueblos)
Septiembre 2011.

La pueblada en Madrid se llevó el miedo por delante; por Andrea Benites-Dumont.

Desde el 15 de mayo en las calles de Madrid en que el número de manifestantes desbordaba los carriles, las aceras, también comenzaba a desbordar la alegría colectiva, contagiosa y recuperadora de tantas caminatas aparentemente baldías que esta vez llegaban al puerto inasible pero renacido de Ítaca.

La hartura de tanto cinismo, tanto robo, tanta usurpación, no sólo de los mínimos proyectos individuales de trabajo, estudio, vivienda -todos ellos derechos constitucionalmente contemplados- emerge el hastío de tanta degradación política, tanto maloliente contubernio económico, y se han abierto las plazas y las calles, y la rebelde libertad del ser humano ha echado a andar.

Por su parte, los acartonados partidos políticos se afanan en una esperpéntica campaña electoral, los momificados sindicatos siguen en sus congresos, los medios de comunicación editorializan cuál oráculos decadentes, sin que falten por su supuesto, los gurús apocalípticos y los que dan recetas para arribar a la tierra prometida.

Hay una comunitaria y sencilla recuperación de hálitos de libertad, justicia, dignidad, igualdad... Las comisiones que se articulan son funcionales a las necesidades de las gentes, los de la asamblea permanente y, de las gentes que este sistema perverso los obliga a andar como rastrojos mientras su deambular garantiza el lujo y oropel de los sectores dominantes.

Las acampadas en las plazas son un ejercicio descarnado y desnudo de la más esencial democracia, cosa que espanta al cartón piedra de los politiqueros profesionales, al despilfarro de las sanguijuelas que desfilan en el papel couché y en sus palacetes, a los obscenos sueldos de los que pregonan engaños y fraudes, a la moralina falsaria de las sotanas y conventos, a las charreteras parasitarias que acumulan y siembran bombas criminales, al canibalismo de los banqueros, a la zafiedad populista, al maltrato naturalizado...

Las acampadas en las plazas ponen en sencilla evidencia que otra forma vincular de sociedad es posible, que no hay un sino inmutable a la condición de mercancía que este sistema del capital impone con comedias y tragedias.

La alegría contagiosa de los andares colectivos, comunes, amontonados, sólo quitan lugar al miedo, a la resignación, al desánimo.

Puede ser que sólo quede este tsunami de conciencia ciudadana y humana como referencia en los vericuetos de la lucha de clases, pero vivir esta protesta social como si la misma fuera el alma que envuelve al cuerpo, es un privilegio que compartimos con los que nos precedieron en otros tiempos y los que recientemente partieron.