Así nos encontramos que en países gobernados con mano suave y notablemente conciliadora, como el caso de Brasil, Uruguay, Chile, y en este grupo también Argentina, como en otros de características más confrontadas como el caso de Bolivia, la renovada elección Venezuela, ahora y por supuesto, la sempiterna Cuba “de FIDE, a la espera del nuevo Ecuador, y de la incógnita en Nicaragua.
La polarización avanza imparable; empujada por las elites locales y la derecha, recostada por la política desarrollada por la administración USA. Pero sería amputar el análisis en esta afirmación innegable; hay otros elementos que la exceden, ya que no siempre está en primer plano la incertidumbre de los privilegiados de siempre, ni de los nuevos socios incorporados desde los caminos de la globalización; no siempre están todas las baterías de EEUU dedicadas a re-establecer la “paz del imperio” inmediato (Oriente Próximo y Medio le tiene mucho más atareado), pero sin omitirlos, hay otro factor que entra en escena con decisión –con contradicciones también- jugando de modo relevante y es el papel más activo que están tomando los grupos sociales –en algunos casos en novedosas formas organizativas- que durante toda la compleja y dramática historia de Latinoamérica, estaban forzados a soportar pasiva y sumisamente la dominación, el aceptar el rincón de la explotación, la exclusión... Este acostumbramiento a la opresión parece resquebrajarse, y la alteración en los grupos dominantes se dispara como si se enfrentaran a su catástrofe (...)
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