“Hay un acuerdo secreto entre las generaciones pasadas y la nuestra. Alguien nos está esperando en la tierra”. Walter Benjamin.
Las situaciones de desasosiego cotidiano que desde distintos ángulos nos embisten y nos invaden en esta sociedad de consumo que coloca elementos inimaginables de estar situados en góndolas de productos perecederos inmediatos. En uno de esos estantes, junto a mercancías y modas, los derechos humanos son mutantes en toda su forma y esencia según "quién los venda y quién los compre". Los grupos de poder han apostado fuertemente en que dejen de ser parte consustancial del tejido humano y de la conciencia universal para ser instrumentos de intercambios políticos que, llevan a su vez diversas graduaciones según de qué humanos se trate. Pero a pesar de la despolitización propagada, persisten los conflictos de clase con perspectivas opuestas y antagónicas que van más allá de la enunciación vana de declaraciones huecas.
En la escena en que los dramas sociales e históricos se desarrollan, entran en acción una serie de actores y factores que de modo tumultuoso y vertiginoso, desdibujan el nudo de la trama. Las misiones humanitarias, el desembarco de benefactores movilizados desde los gobiernos interesados en que en tal o cuál región exista un clima dominado, deja entrever una suerte de control colonial sobre los territorios bárbaros, inundados por ejércitos salvadores -ayer nomás, colonizadores de la misma zona-, huestes paradójicas de soldados humanitarios armados y garantes de valores de paz y de orden, con el sponsor publicitario de poderosas compañías aseguradoras.
La enunciación de derechos humanos se ha asimilado mucho más a la compasión que a la alteridad potenciadora de la solidaridad. Han sido y son también reclamos electorales, objetos y trofeos gubernamentales con la cooptación y anulación de organizaciones surgidas de la defensa extrema de las víctimas, metamorfoseadas en un presente de exclusivo simbolismo re-utilizable, o, en el reino de la hipocresía donde las mentiras determinan qué países democráticos son siempre respetuosos de derechos humanos, aún cuando apliquen la pena de muerte, invadan países, legalicen la tortura, practiquen el apartheid, el racismo, la xenofobia... Leer más en CODO a CODO