A partir del
28 de noviembre se iniciará uno de los juicios más importantes habidos en la Argentina, 68 represores imputados, más
de 800 testigos y cerca de 780 casos,
pero el día 5 de noviembre, Blanca García Alonso, Betty, apoyada en su
bastón y en su dignidad, abrió el juicio.
Los abogados
de los represores repetían el libreto ignominioso de pedir la nulidad de las
actuaciones e iniciaban la jornada con
todos los obstáculos tan impertinentes
como necios. Durante toda la
audiencia, los defensores de los inculpados se reían, gesticulaban y comentaban
ostentosamente las respuestas de la presidenta del tribunal, de la fiscalía, y
por supuesto de Betty.
Betty fue
secuestrada el 11 de marzo de 1979, separada de su hijito de
9 meses, llevada al centro clandestino
de detención, donde fue torturada desde
el primer momento en que pisó las inolvidables escaleras desde las que fue
arrojada hasta los subsuelos del horror. Fue golpeada, quemada, torturada con
corriente eléctrica. Querían información sobre la comisión de familiares a la
que Betty acudía porque su esposo había sido secuestrado unos meses antes,
Alejandro Firpo, a quién volvió a ver en
la ESMA, con grilletes y en muy mal
estado.
Betty sufrió
incontables violaciones por parte de los represores; ir al baño era equivalente a violación, por lo
que las mujeres resolvieron no ir más, su
dignidad estaba en mantenerse limpiamente sucias. En este tramo del
juicio de ESMA se ha denunciado por primera vez la sistematización de los delitos sexuales en las torturas
infringidas a las mujeres.
Betty soportó
todo el abanico de humillaciones a que eran sometidos los prisioneros con el
intento de anularles la voluntad, arrebatarles principios, sentimientos, integridad...
Después de
meses de ser torturada en el sótano, la subieron a “Capucha”, donde no cesaron
ni las golpizas ni las vejaciones. Posteriormente, fue bajada al comedor y obligada a permanecer
sentada. “Allí soporté el peor de los tormentos: escuchar permanentemente las torturas de las personas, ya que solamente me separaba
un tabique de la sala de torturas”.
Todos los
momentos transitados por Betty fueron en el filo del sufrimiento y del espanto.
En una oportunidad le fueron entregados cuatro chicos que no superaban ninguno
de ellos los cuatro años, por los gritos y la violencia desplegada, Betty,
atinó a sacarle los zapatos a una de las nenas y esconderlos
con ella bajo la mesa. Puso su cuerpo, protegiéndolos como hacen las
madres, sin embargo vinieron los guardias y se los arrebataron; nunca supo cómo
se llamaban, pero jamás se olvidó de ninguno de ellos: no pudieron
arrebatárselos del todo.
Otra escena
tan dolorosa como dantesca que Betty denunció,
cuando fue obligada a vestirse
como una mujer policía para sacarle el bebé a una compañera. La tomó en sus
brazos tratando de enviar algún tipo de señal o mensaje a la madre para hacerle
saber que ella era otra víctima más,
forzada en ese plan terrorífico de destruir. Cuidó a la nena con doble esmero
de madre, tanto que cuando el oficial al mando vino a sacársela para
maltratarla, Betty se resistió como una leona, poniendo otra vez el cuerpo,
poniendo otra vez la vida.
En el momento
que la Comisión de Derechos Humanos de la OEA llega a Argentina, varios
prisioneros de la ESMA, fueron trasladados a una isla; a Betty le fue impuesta la coordinación de la cocina, debiendo preparar
la comida para todos los que allí estaban. En este punto, la voz se le caía en
el vacio del recuerdo de los compañeros que no fueron, ya que todos lo sabían
pero no lo mencionaban ni siquiera en el silencio, los demás habían sido objeto de traslado, una nueva figura que hubo
que incorporar desde el inicio del genocidio: traslado era sinónimo de asesinato.
Sin precisar
el tiempo, ya que son otras las dimensiones que deben manejarse en estas
situaciones, Betty fue llevada a ver a su hijito de meses, custodiada permanentemente
por oficiales, suboficiales o guardias. Transcurrido
el tiempo que los represores evaluaban que los prisioneros estaban en una fase
de recuperación aceptable, pasaban a tener otro tipo de lazo de igual
sometimiento, ya que seguían bajo el control y dominación de los
represores. Así Betty estuvo en limbo de
secuestro durante varios meses. La ESMA se instalaba en las casas que Betty iba
a vivir, ya que controlaban cada
movimiento y debía informar de cualquier
paso a dar.
En este
período es llevada junto a otros compañeros a una quinta, una simulación
dantesca de un acontecimiento normal, un
grupo de personas reunido para comer un asado, pero que encubría unas cadenas tan invisibles
como insoportables.: “Nos querían anular
las emociones, estaban pendientes de nuestras actitudes y nuestros sentimientos,
si nos daban por no recuperados, seríamos
trasladados”. En este lugar ocurrió un hecho que Betty recordó con especial
emoción. Un nene se cayó en una pileta,
los marinos no hacían nada, expectantes a la reacción de alguien, en la
tensión sólo se escuchaba el pataleo del nene en el agua. Betty atinó a tapar
los ojos a su hijo, y un compañero -otro
que puso el cuerpo- se tiró a salvarlo,
sabiendo que podría ser el pasaje a un vuelo de la muerte, pero que aún con esa
posibilidad, era un pasaje de ida y vuelta para todos los hijos de la vida.
Durante toda
la audiencia, Betty fue fijando los recuerdos que le llegaban hilvanados desde
el espacio protegido en todos estos años de memoria; trajo los nombres de los
compañeros con los que compartió cautiverio: la familia Villaflor, Cachito Fukman,
Teresa y Pablo, Laura, Víctor Basterra,
Carlos Lordkipandise, Ramón Ardetti, Mariana Wolfson, Tachito, Mario Villani,
Guillermo el arquitecto, Roberto Barreiro, Rosa Paredes, Osvaldo el abogado, Thelma Jara de Cabezas…
Y enumeró
describiendo a los represores y torturadores: el gordo Daniel, Tomás, Abdala,
Marcelo – Ricardo Cavallo-, Juan Palanca, Jerónimo, Giba, Díaz Smith…
Respondió a
las preguntas de la Fiscalía, a las de los miembros del Tribunal, a las de los
otros querellantes… pero cuando los abogados de los represores que se escondían
en la no credibilidad de los dichos,
buscaron en forma inquisitorial, hacerla entrar en contradicciones, a
pesar del cansancio y de la conmoción de volver a revivir cada uno de los
segundos padecidos, Betty se erguió sobre su maltrecha espalda, vigorizó su voz
y no renegó de su militancia montonera ni de Eva Perón, que para la identidad
de Betty, son elementos constitutivos de vida. Tanto es así que restó la
importancia de las secuelas de las torturas en su espalda y en su pierna.
Cavallo no se
despegó de la pantalla de la computadora último modelo.
Betty no se
despegó de los abrazos de los compañeros que la aplaudían al salir, sin dejar
de agradecer a nadie la presencia, la
cercanía, y la perseverancia de la
Asociación Ex Detenidos Desaparecidos. Betty ya había recuperado la sonrisa.
Andrea
Benites-Dumont - 7 de noviembre de 2012
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